miércoles, 30 de julio de 2008

Cuatro grandes revelaciones de Dios

Hay cuatro grandes revelaciones de Dios para el hombre, sin ellas no podríamos conocer a Dios; no importa cuán inteligentes seamos o cuántas materias académicas dominemos. Como dice el apóstol Pablo “lo que de Dios se conoce, es porque Dios lo dio a conocer” (Romanos 1:19). En el libro de Romanos, el apóstol menciona explícitamente las primeras dos revelaciones: (1) la creación y (2) la consciencia. La primera revelación que se discutirá es la creación; “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). El mundo es una revelación general de Dios y se llamará el libro de sus obras. La estructura y belleza del mundo creado es un testigo de la grandeza de su Creador. Esta es la razón por la cual los seres humanos experimentan una sensación de armonía y paz cuando están frente a la creación. No se siente lo mismo cuando se está rodeado de cemento – uno de los legados de la sociedad moderna. De hecho, cuando el ser humano estudia el mundo natural con la actitud apropiada se acerca a Dios y en cierto sentido recupera parte del dominio que perdió en su caída.


Toda persona que use su capacidad de observación y análisis, sin prejuicio alguno, al reflexionar sobre las cosas hechas debe llegar a la conclusión de que el mundo es el producto de un Dios inmensamente sabio, que ama el orden y la belleza. Si no lo hace, no tiene excusa. Pero ellos, en lugar de dar gloria al Creador optaron por dársela a la criatura, o sea a sí mismo, y de esta manera se sumergió en el gran pecado de la idolatría. Como dice Pablo “honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador” (Romanos 1:25). El problema básico es de naturaleza moral y no intelectual. Se rebela porque quiere ser el centro de todas las cosas. No quiere estar sujeto ni depender de su Creador. Sin embargo, el mundo natural continuamente le recuerda que el Creador es inmensamente grande y sabio; por consiguiente, debe acercarse a Él.


La segunda revelación es la conciencia; Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Romanos 2:14-15). La conciencia es un apuntador de naturaleza espiritual que Dios ha colocado en cada ser humano cuyo propósito es capacitarlo para discriminar lo bueno de lo malo. El mismo funciona como una voz interna que le permite clasificar sus acciones o pensamientos en correctos e incorrectos, aunque nadie le haya dado una clase al respecto. Sin embargo, esta luz interna se puede hacer muy tenue hasta apagarse, lo que la Biblia llama tener la mente cauterizada. La misma se puede apagar a través de la práctica del pecado y de una educación dirigida a llamar a lo bueno, malo. Lo que de hecho hace la corriente del siglo a través de sus grandes instrumentos de acondicionamiento: los medios de comunicación y el sistema educativo. Uno de los fines de la corriente de este siglo es apagar ambos testimonios; en el caso de la creación nos quieren hacer pensar que no fuimos creados sino que evolucionamos – este es la Gran Mentira, y en el caso de la conciencia que debemos obedecer a la cultura en la que nos ha tocado vivir – otra Gran Mentira.


Estas dos revelaciones son una manifestación clara del amor de un Dios verdadero que no desea que nadie se extravíe de la verdad. No pierdas la oportunidad de acercarte a la naturaleza y medita con frecuencia para que escuches la dulce voz de la conciencia que te acerca al Dios que te creó.


Las otras dos revelaciones son Jesucristo, Dios hecho hombre, y los sesenta y seis libros inspirados por el Espíritu Santo conocidos como las Sagradas Escrituras.


Continuará ...




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domingo, 20 de julio de 2008

La Prosperidad - Asunto Esencial

En su tercera carta, el apóstol Juan, escribe a su hermano Gayo, a quien ama en la verdad, y entre otras cosas le dice “Deseo que seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.” (3ra Juan 1:2)



En la cultura materialista en la que nos ha tocado vivir, el éxito de una persona así como su valor intrínseco se mide de acuerdo a los bienes materiales que posee. Lo que a primera instancia se aprecia a través de la casa, el carro y el vestido que utiliza. De aquí surge el énfasis desmedido por tener casas, carros y vestidos cada vez más costosos e impresionantes. Todos ellos son símbolos de poder dentro de la cultura materialista. De hecho, es necesario aclarar que no toda persona que tiene una casa o auto costoso ha sido atrapada por el materialismo. Por ejemplo, una casa cómoda y bien arreglada es necesaria. El problema no está en los objetos en sí, sino en el motivo que conduce a su adquisición. Es por esta razón que, una persona tiene que siempre analizar cuidadosamente las intenciones que motivan cada acción – en este caso la adquisición de objetos materiales.



Esta cultura ha matizado la vida de muchos cristianos e incluso el mensaje de algunas congregaciones. En la vida personal de muchos cristianos se ha colado sutilmente esta visión materialista que ha hecho que su deuda con bancos y agencias sea peligrosamente alta. En algunas congregaciones el mensaje central del evangelio se ha modificado para hacer énfasis en la prosperidad económica. En estos lugares, la prosperidad material se considera la evidencia principal de una buena relación personal con el Dios viviente. Es interesante mencionar que la palabra prosperidad solo aparece en tres versículos en el Nuevo Testamento y en ninguno de ellos se enfatizan los asuntos materiales.



¿A cuál prosperidad se refiere el apóstol Juan? ¿A la relacionada con asuntos materiales y la posición en la escalera del poder terrenal? Por supuesto que no. El apóstol anhela que Gayo sea prosperado en todo. Es una prosperidad holística. Desea que prospere en todas las dimensiones de la experiencia humana, o sea, que haya un crecimiento balanceado en todo lo que tiene que ver con su jornada en esta tierra. Note que al mismo tiempo le desea que tenga salud. En este caso es más específico. Es importante que tenga salud para que pueda desarrollar su ministerio de forma efectiva. Al final de la oración, el apóstol presenta cuál es el principio o el eje alrededor del cual debe girar toda prosperidad; “así como prospera tu alma”.



La doctrina cristiana no hace énfasis en la prosperidad material, sino más bien en la prosperidad del alma. El anhelo de Dios es que el alma de cada uno de sus hijos, prospere. Pero, ¿qué se entiende por prosperidad del alma? Algunas de las maneras a través de las cuales prospera el alma de un creyente son: estudiar y meditar en la palabra de Dios, vivir de acuerdo a la palabra, acercarse a Dios en oración, dar con alegría de lo que Dios le ha dado y hacer todo como si fuera para Dios; tanto en la iglesia como fuera de ella. Cuando un creyente anda en el Espíritu, su alma prospera.



La prosperidad del alma era una realidad en la vida de Gayo. El apóstol menciona varias acciones que daban testimonio de su prosperidad espiritual: “anda en la verdad”, y “presta servicio a los hermanos, especialmente a los que no conoce”. De modo que Juan deseaba que prosperara en las otras áreas así como prosperaba espiritualmente. Esta lectura indica que es posible estar bien espiritualmente y tener problemas de salud así como limitaciones económicas. El creyente tiene que aprender a contentarse con este tipo de situaciones (problemas de salud y económicos), cuando vienen, y a no interpretarlos como señales de problemas en su relación personal con Dios.



Lo que es estrictamente necesario en la vida de un creyente, es que prospere su alma. En otras palabras, que su relación personal con Dios sea cada vez más fuerte y su fe se renueve de día a día. Esta es la prosperidad bíblica y la que Dios quiere que tengamos.




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martes, 1 de julio de 2008

El espíritu religioso

Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre. Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas. (Efesios 6:5-9)


El gran engañador (Satanás) ha desarrollado su propia versión de lo que es ser cristiano. Es un tipo de filosofía dualista que consiste en odedecer a la Palabra durante las actividades de la Iglesia (cultos) y obedecer a los hombres (vivir como un incrédulo) el resto del tiempo. De hecho ha tenido mucho éxito con esta estrategia y son muchos los que son de una manera los domingos y de otra durante la semana. O de una manera cuando están los líderes y de otra cuando no están. Una persona que se comporta de esta manera diremos que está siendo influenciada por un espíritu religioso.


La Biblia es clara al respecto. Jesús es el Señor de toda nuestra vida, todo el tiempo. Por tanto, todo lo que hacemos es parte de nuestro culto a Dios. Todas nuestras actividades deben conducirse de acuerdo con su Palabra y con el propósito de agradarle. Si somos estudiantes, somos responsables y dámos lo mejor de nosotros. Si somos empleados, cumplimos con el horario requerido y mantenemos la mayor productividad posible dentro de las circunstancias.


Es en esta misma línea que el apóstol escribe a los efesios para que "obedezcan a sus amos terrenales como a Cristo". Las palabras temor y temblor se utilizan para representar una actitud de gran respecto. Se espera que el cristiano trabaje como si su jefe fuera Cristo. Todos sabemos que si nuestro jefe fuera Cristo; andaríamos derechitos, seríamos muy productivos y le agradaríamos en todo. Esto es lo mismo que se espera de cada creyente en su trabajo. Y esto también es, ser espiritual. Es parte de nuestro testimonio de ser luz y sal de la tierra. Una fuente no puede dar agua dulce y agua salada al mismo tiempo, no podemos ser dualistas. Tenemos que ser cristianos en nuestra casa, la iglesia, la comunidad, la escuela, el trabajo y donde quiera que estemos. Jesús es el Señor de toda nuestra vida. En ocasiones da la impresión de que dar testimonio y dar fruto se define de manera muy limitante, solo se concreta a actividades directamente relacionadas con la dinámica de la iglesia local.


Luego el apóstol indica que el cristiano debe trabajar con sencillez de corazón. ¿Que significa sencillez? El contexto nos provee la clave, "no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres". Estos son los que trabajan bien cuando están los supervisores. De hecho, trabajan bien para impresionarlos y obtener su favor. Cuando no están, apenas hacen su trabajo. Esta es la corriente del siglo. Su trabajo no surge de un corazón que valora su tarea y está agradecido porque tiene un empleo con el cual puede llevar alimento a su casa. Por el contrario, su efectividad, cuando la tiene, es con el propósito de sacar ventaja. No visualiza el trabajo de calidad como un deber sino como un medio para alcanzar lugares más altos.


El verdadero creyente se esfuerza para que toda su obra sea de calidad porque lo está haciendo para la gloria de Dios y no para alcanzar lugares más altos. La Biblia dice que "el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor". En otras palabras, Dios nos premiará por las tareas que realizamos diariamente en nuestra casa, escuela, comunidad y trabajo. De manera que cuando hago un buen trabajo, como si fuera para el Señor, no importa dónde sea, estoy dando fruto y mostrando el carácter del cristiano que entiende que "Toda nuestra vida le pertenece a Jesús."


Por último, nuestra actitud hacia el trabajo no depende de para quién trabajamos terrenalmente (un incrédulo, un hermano o un líder de nuestra iglesia). En cada caso lo hacemos de la misma manera, como si fuera para Cristo. Esta actitud debe ser con todo el mundo, en todo lugar y en todo tiempo. Por otra parte, siempre que tengamos oportunidad hagamos bien a los de la familia de la fe y en especial a los más necesitados.


Resistamos y echemos fuera al espíritu religioso.






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