domingo, 20 de julio de 2008

La Prosperidad - Asunto Esencial

En su tercera carta, el apóstol Juan, escribe a su hermano Gayo, a quien ama en la verdad, y entre otras cosas le dice “Deseo que seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.” (3ra Juan 1:2)



En la cultura materialista en la que nos ha tocado vivir, el éxito de una persona así como su valor intrínseco se mide de acuerdo a los bienes materiales que posee. Lo que a primera instancia se aprecia a través de la casa, el carro y el vestido que utiliza. De aquí surge el énfasis desmedido por tener casas, carros y vestidos cada vez más costosos e impresionantes. Todos ellos son símbolos de poder dentro de la cultura materialista. De hecho, es necesario aclarar que no toda persona que tiene una casa o auto costoso ha sido atrapada por el materialismo. Por ejemplo, una casa cómoda y bien arreglada es necesaria. El problema no está en los objetos en sí, sino en el motivo que conduce a su adquisición. Es por esta razón que, una persona tiene que siempre analizar cuidadosamente las intenciones que motivan cada acción – en este caso la adquisición de objetos materiales.



Esta cultura ha matizado la vida de muchos cristianos e incluso el mensaje de algunas congregaciones. En la vida personal de muchos cristianos se ha colado sutilmente esta visión materialista que ha hecho que su deuda con bancos y agencias sea peligrosamente alta. En algunas congregaciones el mensaje central del evangelio se ha modificado para hacer énfasis en la prosperidad económica. En estos lugares, la prosperidad material se considera la evidencia principal de una buena relación personal con el Dios viviente. Es interesante mencionar que la palabra prosperidad solo aparece en tres versículos en el Nuevo Testamento y en ninguno de ellos se enfatizan los asuntos materiales.



¿A cuál prosperidad se refiere el apóstol Juan? ¿A la relacionada con asuntos materiales y la posición en la escalera del poder terrenal? Por supuesto que no. El apóstol anhela que Gayo sea prosperado en todo. Es una prosperidad holística. Desea que prospere en todas las dimensiones de la experiencia humana, o sea, que haya un crecimiento balanceado en todo lo que tiene que ver con su jornada en esta tierra. Note que al mismo tiempo le desea que tenga salud. En este caso es más específico. Es importante que tenga salud para que pueda desarrollar su ministerio de forma efectiva. Al final de la oración, el apóstol presenta cuál es el principio o el eje alrededor del cual debe girar toda prosperidad; “así como prospera tu alma”.



La doctrina cristiana no hace énfasis en la prosperidad material, sino más bien en la prosperidad del alma. El anhelo de Dios es que el alma de cada uno de sus hijos, prospere. Pero, ¿qué se entiende por prosperidad del alma? Algunas de las maneras a través de las cuales prospera el alma de un creyente son: estudiar y meditar en la palabra de Dios, vivir de acuerdo a la palabra, acercarse a Dios en oración, dar con alegría de lo que Dios le ha dado y hacer todo como si fuera para Dios; tanto en la iglesia como fuera de ella. Cuando un creyente anda en el Espíritu, su alma prospera.



La prosperidad del alma era una realidad en la vida de Gayo. El apóstol menciona varias acciones que daban testimonio de su prosperidad espiritual: “anda en la verdad”, y “presta servicio a los hermanos, especialmente a los que no conoce”. De modo que Juan deseaba que prosperara en las otras áreas así como prosperaba espiritualmente. Esta lectura indica que es posible estar bien espiritualmente y tener problemas de salud así como limitaciones económicas. El creyente tiene que aprender a contentarse con este tipo de situaciones (problemas de salud y económicos), cuando vienen, y a no interpretarlos como señales de problemas en su relación personal con Dios.



Lo que es estrictamente necesario en la vida de un creyente, es que prospere su alma. En otras palabras, que su relación personal con Dios sea cada vez más fuerte y su fe se renueve de día a día. Esta es la prosperidad bíblica y la que Dios quiere que tengamos.




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