domingo, 15 de junio de 2008

En medio de la tempestad

Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen? (Marcos 4:35-42)


Después de un día muy intenso, al llegar la noche, Jesús dice a los discípulos, pasemos al otro lado del mar. Mientras las barcas navegaban a través del mar, se levantó una gran tempestad de viento. El diccionario de la Real Academia Española indica que una tempestad es una tormenta grande, especialmente marina, con vientos de extraordinaria fuerza. De modo que vientos muy fuertes están azotando la barca y ella comienza a llenarse de agua. Mientras se desarrollaba esta situación de lucha contra los vientos y el agua, Jesús dormía tranquilamente en la popa.


Dando a los apóstoles el beneficio de la duda, imagino que trataron de controlar la situación sin tener que despertarlo. Pero cuando vieron que la intensidad de los vientos y el nivel de agua en la barca continuaban aumentando, se desesperaron y tuvieron miedo. ¿Cuántas veces hemos visto este cuadro en nuestras vidas? Colocamos toda nuestra atención en la situación o problema y no en el Dios que está a nuestro lado para rescatarnos. ¿Tenían ellos motivo para temer y desesperarse? Por supuesto que no. Con ellos estaba Jesús, Dios hecho hombre. Por lo tanto, si él estaba quieto, ellos debían estarlo también, él tiene el control de todas las cosas.


Otro asunto relacionado es que en la mayoría de los casos tratamos de enfrentar la situación con nuestras propias fuerzas y recursos, y cuando vemos que la situación continúa agravándose, es entonces y solo entonces, que desesperadamente corremos a buscar al Maestro. La actitud correcta es poner la situación, desde el primer momento, en las manos de Dios. Como dice la Escritura, “Depositando toda nuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de nosotros.”


En su confusión los apóstoles despiertan bruscamente al maestro con un reproche “¿no tienes cuidado que perecemos?” En otras palabras, no has mostrado interés, ni te ha preocupado que estemos a punto de morir. Obviamente esto es una exageración, si hubiesen estado a punto de ahogarse, Jesús hubiera despertado e intervenido. Pero Dios prueba la fe de sus hijos. ¿Estarían dispuestos a confiar en él cuando se desatara una tormenta y la misma permaneciera por un tiempo? Dios puso a prueba sus corazones en esta situación y no dieron la medida esperada.


Jesús se puso de pie y reprendió al viento y dijo al mar, calla y enmudece. Le habló al viento con autoridad y lo censuró como si fuera una persona. Le dijo, te ordeno que seas una brisa apacible y al mar que no hiciera más ruido y se estuviera quieto. Si yo hubiese estado allí diría, ¿quién es este hombre, que habla directamente a la naturaleza? Y más impresionante aún, la naturaleza le obedece en todo.


Luego de responder a su petición y traer una gran calma, los confronta con su actitud inapropiada ante la situación. ¿Por qué tenían tanto miedo? En otras palabras, yo estaba con ustedes y por tanto no había porque temer. Sin embargo, se llenaron de temor y se desesperaron. Han mostrado su incredulidad, todavía no han aprendido a confiar en mí.


Cuántos de nosotros atravesamos situaciones como estas y cometemos el mismo error que ellos cometieron. La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Dios está presente y no está callado. Él ha prometido estar con nosotros en el momento de angustia y hacer provisión de acuerdo a nuestra necesidad. Por tanto, debemos estar quietos y esperar en él. Oremos de todo corazón a Dios para que ayude nuestra incredulidad y aumente nuestra fe.





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1 comentarios:

A las 17 de junio de 2008, 11:14 , Anonymous alfredo ha dicho...

ASI FUE QUE CONOCI AL SEÑOR, QUERIA RESOLVER LAS SITUACIONES POR MI CUENTA Y NADA PASABA, HASTA QUE SE LO ENTREGUE AL DIOS, TODO CAMBIO EN MI VIDA PARA BIEN.

 

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